domingo, 9 de marzo de 2008

Diario de viaje


"Somos testigos privilegiados de la realidad" decía un viejo periodista, ya fallecido, quien con esa frase nos cargaba la responsabilidad de contarle a la gente lo que habíamos visto de la mejor manera, con la mayor claridad y certeza posible.
Pero si uno no se encuentra presente en el momento de los hechos, es prácticamente improbable ser lo más "realista" posible. Se convierte en un mero relator de comentarios de los demás.
Por eso comenzó a rondar la idea del viaje a Salta. Salió de una conversación con Juan Villalba, uno de los chicos que componen el equipo radial de "Más Deportes" en la frecuencia de 93.9 Mhz, encargado de las transmisiones deportivas de todos los equipos tucumanos de fútbol pero con información del resto de los deportes.
"¿Querés ir a Salta? No hay problemas", me respondían ante mi inquietud y se abría la posibilidad del viaje. "¿Te animás a salir desde allá con informes en directo?", fue la contra propuesta.
Sonaba inquietante. Hacía rato que no salía al aire. Conozco de radio por herencia y por experiencia propia. Pero eso había quedado en el recuerdo. ¿Estaría a la altura?
Era un desafío. Y como este año me propuse que sea el año de los desafíos, dije que sí.
La generosidad de J.J. Márquez, responsable y cabeza del equipo "Más Deportes" realizó los trámites correspondientes. El pasaje, entonces, estaba a mi disposición.
Salí el sábado a las 10 de la mañana. Fue un viaje tranquilo, con apenas alguna que otra llovizna que empañaba la visión en los primeros asientos del primer piso. Intenté dormir (había tenido una noche larga) pero las películas que pasaban eran lo suficientemente ruidosas como para impedirlo. Liliana hizo el viaje más apacible.
No, no se hagan ilusiones. Liliana es la gentil moza que me sirvió café con unas exquisitas colaciones en los momentos indicados. A media hora de llegada al punto de destino, pude al menos dormitar.
Me desperté cuando ingresaba a la ciudad. Me había olvidado lo cerca que estaba el cerro San Bernardo y la vista preciosa de la ciudad. Saqué mi anotador y lápiz, elementos básicos de cualquier periodista (la notebook tendrá que esperar un poco más).
Bajé en la terminal cerca de las tres de la tarde. Hace un tiempo atrás, había llegado a esa misma terminal y la estaban remodelando. Quedé también sorprendido : organizada, limpia, con todos los servicios a disposición. De primera. Me fui a los baños. Mi madre siempre dice que si uno quiere conocer el lugar que visita (en realidad se refiere a los hoteles y restaurantes) debe entrar a los baños. No me desilusionó.
Salí a buscar un taxi que me llevara al Jockey Club, camino al aeropuerto, en la rotonda de Limache. "Entre $10 y $12 sale el viaje", me contestan dos remiseros mal estacionados (endémico mal argentino) en una esquina de la terminal.
Consulto para ir en colectivo. "Tome el A 1. Pasan cada cinco minutos. ¿Cuánto sale el pasaje? Un peso", me informó gentilmente un hombre en la parada. No lo dudé un segundo. Me quedé esperando el A 1.
En este punto seguro que creen que fue el tema económico. Sí, influyó, no lo niego. Pero quería ver la ciudad más tranquilo. Sin tanto apuro. Por teléfono Diego Esper, amigo y colega del diario El Tribuno (de Tucumán) y de Scrum 5, productora que transmite por radio los partidos de rugby, me esperaba para comer.
Tomé el colectivo a las tres y diez. El recorrido de la línea pasó por lugares que me hicieron recordar las vacaciones en esa ciudad tiempo atrás. Las mellizas tenían dos años y no había noticias de Santiago, que va a cumplir tres dentro de poco. Hoy las mellis tienen ocho. Ya había pasado tiempo cuando estuvimos en el Hostal Las Marías por la calle Lerma.
No me sorprendió lo limpia que estaba la ciudad. Sí que en la acera del parque por calle San Martín haya tantos vendedores con sus carpas: cd's, dvd's, jueguitos, carteras, juguetes y, por supuesto, regionales. Estos eran los únicos que había hace seis años. Algunas cosas cambian para mejor, otras no.
Llegamos a la intersección de calle Jujuy para doblar a la izquierda, camino al aeropuerto. Cuando la calle da paso a la avenida, entre las banderas de Boca y River, descubro remeras de Los Mayuatos. Es el primer indicio que veo en la ciudad de que el partido generó expectativa.
Ya a la tres y media de la tarde, el hambre tocaba la puerta. Al costado del camino puedo ver cómo el agua, con tanta lluvia que castigó a esa provincia, rompió algunos canales de desagote pluvial. Estamos cerca de la rotonda. La impactante construcción del Centro de Convenciones, inaugurado el año pasado, me llama la atención. Considerado el más importante del interior del país por su capacidad y equipamiento tecnológico en los que se invirtieron 30 millones de epsos, el edificio cuenta con un gran salón de convenciones con capacidad para 2.400 personas, divisible a su vez en dos, tres o cuatro salones de menor tamaño. ¿Tendremos uno así en Tucumán alguna vez?.
El chofer me avisa que tengo que bajar. Al frente, está el club Jockey. Ya los autos van ocupando el frente del club.
Estoy a pocas horas del comienzo de un partido por el Campeonato Argentino. Tengo una sensación extraña. Hacía rato que no salía de la provincia para cubrir un evento deportivo.
Sí, es vieja emoción. Ser periodista. Sí... qué bien se siente.

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